Capilla Fúnebre
Viana do Castelo
2000 - 2001
Es preciso reconocer que cualquier proyecto que tenga que lidiar con valores de lo trascendente y que tienen que ver exclusivamente con lo que de más íntimo todos tenemos, no es seguramente un proyecto fácil.
De hecho, construir un “edificio” con esta carga de significado no es una tarea que pueda ser encarada de un modo ligero o inmediato, tanto más cuando se trata de algo que, dentro de la mejor tradición griega, deberá siempre acontecer entre la tierra y el cielo. Tendrá pues que expresarse cómo cualquier cosa que está “entre”, como si fuera un “camino” de un lugar hacia otro, supuestamente lejano y perfecto, pero lleno de armonía.
La luz es el único material arquitectónico que permite crear ese sentido de ascensión, de subida hacia el infinito. Pero para crear ese efecto necesita tener espesor, de tornarse casi palpable, de tener color, lo que obviamente implica un absoluto equilibrio de proporciones que se traducen en una vertical sin medida, sin escala. Por eso se torna necesario acentuar la altura del espacio, para ampliarle la dimensión cósmica, lo que explica en parte la aparentemente excesiva volumetría del “edificio”.
El resto, lo que queda en el interior, debe ser verdaderamente simple – sólo el silencio del agua y del fuego, para que la luz, su reverberación, posea realmente cuerpo y espesor.
